CIBERCRIMEN
Aunque han pasado ya más de
treinta años desde que comenzó a hablarse de la criminalidad informática, y más
de veinte desde que se acuñó el término cybercrimen, parece que el fenómeno de
la criminalidad relacionada con el uso de las Tecnologías de la Información y
la Comunicación sigue siendo totalmente
novedoso y por ello, parcialmente incomprendido
por la sociedad en general y, en particular, por las instituciones que tienen
que afrontar la prevención de esta amenaza.
El cibercrimen forma parte ya de la realidad criminológica de
nuestro mundo pero, como se verá posteriormente, en muchas ocasiones se exagera
la amenaza que el mismo supone y en otras no se percibe el riesgo real que el
uso de las TIC conlleva. Creo que a nadie escapa la lógica de que esta novedad
dure tanto: la revolución de las TIC, como concepto amplio, abierto y dinámico
que engloba todos los elementos y sistemas utilizados en la actualidad para el
tratamiento de la información, su intercambio y comunicación en la sociedad actual,
en la que se enmarca el fenómeno del cibercrimen, no ha terminado todavía ni lo hará en mucho tiempo, lo que
supone que la cibercriminalidad o delincuencia asociada al ciberespacio seguirá
expandiéndose y evolucionando en las próximas décadas.
En efecto, el desarrollo de todo
el conjunto de tecnologías informáticas que empezó en los sesenta y setenta y
que tuvo su espaldarazo definitivo con la
creación de Internet y su posterior universalización hasta su conversión en el
medio de intercomunicación social más importante de la actualidad, no tiene
visos de haber firmado sus últimos avances, sino que, más bien al contrario,
parece que la rapidez con la que aparecen nuevas tecnologías se ha ido
incrementando exponencialmente. Desde luego, lo han hecho los efectos sociales
que han acompañado a la revolución de las TIC: gracias a la aparición de
Internet y a su popularización a escala planetaria nos hemos acercado
enormemente a la creación del ciberespacio virtual tal y como lo concibiera el
que acuñó tal término, William Gibson, al haberse configurado de forma paralela
al mundo físico un espacio comunicativo e interactivo que, especialmente en la
primera década del siglo XXI, ha modificado las relaciones económicas,
políticas, sociales y muy especialmente, las personales.
Hoy, la utilización de los servicios de Internet
o las redes de la telefonía móvil constituyen la forma más común de comunicarse
personalmente con familiares, amigos o personas del entorno laboral, y no sólo
para adultos sino también para los menores de una generación que no entenderá
la comunicación entre iguales sin la Red; también es Internet el vehículo por el
que fluye ya la mayor parte del dinero en el mundo: todos los bancos y entidades
financieras actúan por medio del ciberespacio, y cada vez son más las
transacciones económicas y los negocios a pequeña, mediana y gran escala que se
llevan a cabo directamente a través de este medio de comunicación global.
Además, todo parece indicar que la incidencia
del ciberespacio en todos los aspectos de la vida social no va a ir
disminuyendo, sino que seguirá creciendo. Conforme lideren el mundo los
denominados «nativos digitales» o nacidos en la era de la web 2.0 popularizada,
con los sistemas informáticos como forma de trabajo y también de diversión, con
las redes sociales como forma de interactuación social, con las tecnologías móviles
totalmente conectadas y con toda la información en la palma de su mano, el
ciberespacio, como lugar de encuentro por el uso de las TIC, irá expandiéndose
y la novedad del cibercrimen.
Porque lo que también es
innegable, es que todos esos cambios sociales que estamos viviendo a raíz de
los cambios tecnológicos que se están sucediendo, tienen su reflejo en la
criminalidad como fenómeno social que es. Lo tienen, concretamente, en la
aparición de un nuevo tipo de delincuencia asociado al nuevo espacio de
comunicación interpersonal que es Internet. De hecho, la evolución del
cibercrimen como fenómeno criminológico ha transcurrido de forma paralela.
La evolución de los intereses
sociales relacionados con las TIC: cuando el protagonismo lo tuvieron las
terminales informáticas y la información personal que ellas podían contener,
aparecieron nuevas formas de afectar a la intimidad de las personas; cuando
dichas terminales y la información en ellas contenida comenzaron a tener valor
económico y a servir para la realización de transacciones económicas, surgieron
las distintas formas de criminalidad económica relacionadas con los ordenadores
y muy especialmente el fraude informático que, a su vez, evolucionó hacia el
scam, el phishing y el pharming cuando apareció Internet; finalmente, con la
universalización de la Red y la constitución del ciberespacio comenzaron a
surgir nuevas formas de criminalidad que aprovechaban la transnacionalidad de
Internet para atacar intereses patrimoniales y personales de usuarios
concretos, pero también para afectar a intereses colectivos por medio del ciberracismo
o del ciberterrorismo. Hoy, cuando el protagonismo empiezan a adquirirlo las
redes sociales y otras formas de comunicación personal en las que se ceden
voluntariamente esferas de intimidad y en las que se crean relaciones
personales a través del ciberespacio, y que a la vez no disminuye sino que
aumenta la actividad económica en Internet, asistimos a un momento álgido de la
criminalidad en el ciberespacio, tanto en sentido cuantitativo dado el
creciente uso de Internet en todo el mundo y por todo el mundo, como
cualitativo al aparecer nuevas formas de delincuencia relacionadas con los
nuevos servicios y usos surgidos en el entorno digital.
Obviamente esta evolución del
cibercrimen también conlleva una evolución en sus protagonistas esenciales, los
criminales y las víctimas: del ya mítico hacker estereotipado en el adolescente
introvertido y con problemas de sociabilidad, encerrado en su casa y convertido
en el primer ciberespacio en un genio informático capaz de lograr la guerra
entre dos superpotencias usando sólo su ordenador, hemos pasado a las mafias
organizadas de cibercriminales que aprovechan el nuevo ámbito para aumentar sus
actividades ilícitas y sus recursos. Y al no ser los cibercrímenes únicamente
los realizados con ánimo económico, también varían los perfiles de
cibercriminales que cometen delitos que no son más que réplicas en el
ciberespacio de los que ejecutarían en el espacio físico. Y lo mismo sucede con
las víctimas.
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